Nos pasamos la vida intentando no sufrir. No queremos sufrir por amor, no queremos sufrir por dinero, no queremos sufrir por salud. Uno de los mayores valores de esta sociedad es la felicidad; las páginas sobre Psicología Positiva, los libros de autoayuda, las redes sociales, los anuncios publicitarios...nos enseñan continuamente cómo ser eternamente felices.
Nos pasamos la vida enfrentando pérdidas. Perdemos amores, dinero y salud e intentamos ocultarlo y camuflarlo para que no se note, ya que "debemos" ser felices, o por lo menos, aparentarlo. Así que nos vamos al médico y salimos de la farmacia con todo un arsenal de antidepresivos y ansioliticos que lo único que hacen es adormecernos, entumecernos y despojarnos de nuestra humanidad. Porque el dolor es intrínseco al ser humano y somos tan egocéntric@s y tan soberbi@s que todavía no lo hemos aceptado. En este aspecto somos como niñ@s que se niegan a crecer.
Igual que enseñamos a nuestr@s hij@s a abrigarse cuando tienen frío, a comer cuando tienen hambre, a dormir cuando tienen sueño... por que no los enseñamos a llorar cuando están tristes?
Cuando sufrimos la pérdida de alguien muy querido no bastan medicaciones y libros de autoayuda, el dolor está ahí y por muy sedad@s que estemos se nos caen las lágrimas y sentimos el corazón oprimido cuando recordamos a esa persona, y nos desesperamos intentando tapar ese dolor, enterrarlo y olvidarlo lo mas pronto posible, para seguir adelante con nuestra "vida normal". Lo que pasa es que el dolor sigue ahí, como he dicho antes, y mas tarde o mas temprano va a salir por otro lado, en forma de problemas de salud, de depresión, de angustia.
Una niña de 8 años que había perdido a su padre me preguntó una vez, con una madurez fuera de lo común para a su edad: "¿Cuándo podré acordarme de mi padre sin llorar? ¿Cuándo podré pensar en mi padre sin echarlo de menos?". "Siempre lo echarás de menos", le dije. "Lo que pasará es que aceptarás que ya no está y te acostumbrarás a su ausencia. Lo llorarás a ratos cuando lo recuerdes, será tu momento de estar con el. Y eso no quiere decir que estés siempre triste, porque después volverás a reír y a jugar, eres una niña y está en tu naturaleza". Entonces respiró profundamente y dejó de llorar.
Solamente cuando integramos el dolor en nuestras vidas, como algo inevitable e ineludible, podemos comprender el "para qué", ya que el "por qué" en estos casos no tiene respuesta ni sentido, y nos hace entrar en un bucle de preguntas que no se pueden contestar. Entonces nos hacemos personas resilientes y podemos empezar a mirar al futuro con esperanza e ilusión renovadas.
Cuando luchamos contra el dolor, estamos en una guerra perdida de antemano, luchamos contra nuestros sentimientos y contra nosotr@s mism@s lo cual nos hace perder inmensas cantidades de energía y de recursos. Debemos reconocer al dolor no como nuestro enemigo, sino como un acompañante y un maestro, que caminará con nosotr@s en muchas ocasiones mientras vivamos y que nos enseñará cosas tan valiosas como a amar en la distancia y a no olvidar a los que amamos. Nos enseñará a tener compasión, con nosotr@s mism@s y con los demás; a ser humildes, a querernos y a cuidarnos; a valorar mas a l@s personas que queremos y que aún están con nosotr@s, y a agradecer que todavía tenemos mucho que agradecer.
Debemos comprender que el duelo es una de las mejores ocasiones que se nos presentarán en la vida para crecer como personas y para, aunque parezca una contradicción, aprender a ser felices.
Especialmente para tod@s l@s que están atravesando por momentos difíciles, muchiiiisimos besos y abrazos,
Ana.
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